Existe, en la ciudad de Granada, el barrio Pajaritos, donde cada calle – además de estar vestida de naranjos – lleva el nombre de un ave. Dicen quienes recuerdan desde el primer momento, que la ciudad entera es una invitación a volar y que es desde el alto de la colina – justo al lado de las cuevas – en donde se inicia el recorrido. Los más reacios, en tanto, afirman que el ya mencionado barrio logra transmitir en cada calle la sensación de un volar diferente. Nadie que haya caminado por las cuadras de Alondra podrá olvidar, al horizonte, tan claro atardecer, y mucho menos las dulces melodías que lo acompañaron. Lo mismo sucede pocos metros hacia el este, donde se logra tener la sensación de haber sobrevolado toda la ciudad en un abrir y cerrar de ojos. Ya más cerca de sus límites está la calle Faisán, en la que resulta imposible caminar sin una sonrisa dibujada en el rostro. Paradójicamente esta calle desemboca en la estación de tren, lugar donde se producen todos los encuentros y se alcanza a ver, al menos, un abrazo cada día.
Resulta imposible imaginar Granada sin sus perspectivas, o sin el aire cálido que da planear entre sus curvas; por eso hay que saltar, lanzarse al paisaje y ser un ave más del barrio, ya que solo de esa forma podremos entender el vuelo como una forma distinta de amar.